Se llama Cristina, es estudiante de medicina y es catequista
en mi Parroquia. Una mujer con una entrega incondicional, una voluntad
incorruptible y una generosidad sin límites; todo ello sustentado en una fe
consciente, firme, segura y cimentada a prueba de cualquier vaivén. Ahí está
contra viento y marea, domingo tras domingo, en la misa de 11 en PS, guitarra
en mano ofreciendo lo mejor de sí misma para animar la Eucaristía de las
Familias, entregándose por todos los niños. La guitarra entre sus brazos, y la
mano derecha sobre las cuerdas acariciando con cada acorde a cada uno de
esos chavales. El Amor que irradia su sentido de la responsabilidad es cuando
menos sorprendente. Tanto como lo es el armonioso amueblamiento de su cabeza.
Son muchos jóvenes más los que entregan su tiempo y con él su
vida en la parroquia -donde además crecen y nutren su fe-, pero hoy la quiero nombrar especialmente a ella, porque
me he dado cuenta de que su corazón es tan grande que casi se podría decir que
ocupaba todo el Templo. Sin dobleces, sin ambigüedades.
Cris es todo un ejemplo para los catecúmenos, no sólo en su
faceta de formadora y transmisora de la fe, sino además como modelo de sentido del deber, esfuerzo,
tesón y gratuidad. Ella atesora los valores de la Comunidad en la que sirve.
Uno no puede sino agradecer a los Redentoristas y al equipo
que trabaja con ellos toda su labor, porque los que allí acudimos somos
unos auténticos privilegiados. Este invierno unos amigos nos comentaron a mi
mujer y a mí cómo tuvieron que sacar a sus hijos de la parroquia en la que se
preparaban para la Primera Comunión porque su catequista ni creía en la
presencia real de Cristo en la Eucaristía (entre otras cosas que no me apetece
ni mencionar). A parte de entristecerme por ese individuo y no entender qué
hace una persona que no comparte la fe siendo catequista en una comunidad
católica, me hace ser consciente de que mi familia y yo tenemos un tesoro del
que formamos parte. Como alguien que les conoce y quiere me siento orgulloso, y
como padre, seguro de en qué Familia crecen mis hijas.
Y una resplandeciente piedra preciosa de esa joya, con una
talla inusual y una transparencia incomparable, se llama Cristina Gómez.
¡Gracias Cris!
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