Adiós amigos, me voy pero os llevo en el corazón. Me he
sentido un privilegiado entre vosotros durante todo este tiempo. Me habéis acogido, me habéis fortalecido,
me habéis enseñado a crecer, a ser más paciente, más comprensivo. A vuestro
lado he aprendido que Dios está realmente con vosotros, que es Él realmente
quien nos mueve y nos impulsa. Muchos de vosotros puede que no seáis
conscientes de ello, pero he podido ver a Cristo en cada uno de vosotros, en
vuestras vidas, en vuestros rostros. No sé si he sabido hacerlo bien o no, pero
ilusión y ganas no me han faltado; no voy a ser pudoroso, no me ha faltado
Amor. Espero que al menos lo hayáis sentido un poquito en algún momento.
Vuestra mirada, vuestros ánimos tan jubilosos en ocasiones a mi me han hecho
sentirme muy, muy querido. Y mi intención no era otra más que acompañaros un
poquito ¡seré iluso! Sé que alguna copa que otra quizás sobraba, pero hasta en
eso uno aprende a amar la vida, y amar la vida es amar a Dios, como decía
Tolstoy. Quizás mi empeño solitario de acercaos a Él simplemente estando a vuestro
lado haya sido demasiado pretencioso por mi parte. No sé qué os deparará la
vida aquí, pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que vuestro futuro es
el Redentor con los brazos abiertos. Además, os lo merecéis como nadie. Él os
quiere.
La vida teje relaciones, provoca encuentros gozosos, pero
también está hecha de separaciones. Y ya ha llegado el momento. No nos engañemos, todos sabíamos
que tenía que llegar. Me duele; físicamente, porque querer, amar, también duele
cuando se hace de verdad. Para mi ha sido como toda una vida. Y, además de por los
recuerdos, seguiremos unidos por el Perpetuo Socorro de María, que nos ampara a
todos.
No estaréis solos, lo sabéis. Le tenéis a Él y ha un grupo
magnífico de personas que se desviven por vosotros, de quienes también me
despido.
Seguro que llegará otro desconocido que habrá decidido
mezclarse entre vosotros, y seguro que también le acogeréis y jalearéis animosos.
Puede que, como conmigo, alguno se abra de una manera sincera y también le
pongáis un apodo. “Voluntario milagro”, creo que es de las cosas de las que más
orgulloso me siento, producto más que de la realidad, de la bondad de Sor
Juana, pero sea como sea, ya que has vuelto le pido a Dios que no te apartes
nunca más de Él.
Vidas complejas, algunas mentes enredadas, cuerpos minados,
rostros marcados no sólo por el natural paso de los años sino mucho más por la
crueldad del hombre. Con vosotros he sentido el desprecio del bienpensante, el
rechazo del “digno”, el ojo inquisidor de la mirada de suficiencia; pero
también la grandeza de muchos y la plena expresión de que la Iglesia es Madre, en este caso
en las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.
Hoy me han vuelto a llamar para acompañaos, pero ya no puede
ser de manera habitual, aunque os prometo que en cuanto pueda me acercaré a
pasar un rato con vosotros. No os abandono, simplemente he vuelto a trabajar.
Gracias Cristo porque siento que me has permitido tocarte. Concédeme
Luz para volver a encontrarte entre los más abandonados el tiempo que me quede
libre. Porque he vivido que tu estás ahí, en la calle, y estás esperando
nuestras manos.
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