Scala News

jueves, 16 de febrero de 2012

Una alfombra roja


Hoy he vuelto a mi infancia, al lugar en donde me enseñaron a orar, a hablar con Dios, a ser realmente consciente de que me amaba, a mí, a un niño llamado Enrique. Seis años, sentado en el suelo ante el Santísimo en pequeños grupos. En aquella Capilla, en la Cuaresma de 1973, sentí por primera vez un intenso calor. Asustado, empecé a aprender a callar.

El de hoy no ha sido mi mejor día; difícil, inquieto, torpe y extraño. Como cada jueves he acudido a la Oración a PS, pero hoy había algo diferente, especial. Ese algo diferente hizo que bajo la barba, las gafas y la ingente capa de grasa de un señor de 45 años aflorara un niño de 1º de EGB, con sus rizos rubios sobre la frente; el corazón de los dos era uno, y sintió el mismo calor que entonces, pero la madurez y las incontables piedras con las que he venido tropezando a lo largo del camino de mi vida marcan la diferencia, porque ni el niño ni el hombre tuvieron ya miedo sino una paz casi perfecta. La misma persona ante el mismo Cuerpo de Cristo. Como cada semana, pero con una alfombra roja de diferencia. No recuerdo el color de aquella sobre la que yo me sentaba de niño, pero esta era roja. Sobre ella, a los mismo pies del altar, a los pies de la Custodia, un grupo de jóvenes adorando al Señor. Recogidos, con el impresionante respeto que dan la normalidad y la confianza. Las velas iluminando repartidas, y el incienso elevando nuestra oración. Yo esta tarde quería presentarle, entre otras cosas, el sufrimiento del abuelo de uno de ellos, y lo he hecho, pero era casi innecesario porque la fe, la actitud y la vida de ese chico arrodillado en el suelo hacen que su oración llegue a varios cuerpos de distancia de la mía.

Al contemplar al Señor era imposible no ver a esos muchachos; no conocía a todos, solamente a tres, y los quiero aunque haya a quien le cueste creerlo. Sobre esa alfombra roja he creído ver a un niño pequeño, impresionado, confundido, comenzando su vida de preguntas sin respuesta.

Además, hoy la Oración ha sido muy especial porque dos Redentoristas nos ofrecían la oportunidad del sacramento de la Reconciliación. Y eso era lo que yo necesitaba. En el confesionario entró un torpe señor de 45 años, y de él salió un niño feliz de seis queriendo correr hacia la alfombra a adorar en silencio. Y el hombre sentado en su banco se vio sorprendido por una lágrima.

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