Después de una entrañable y divertida tarde en el campo, he
estado viendo las fotos que sacamos. Son unas simples fotos espontáneas, tanto
como la manera en que surgió el plan. En ellas se ve a un puñado de personas
felices, sanas, disfrutando. El suelo cubierto de nieve y un frío pelón que
algunos pronto dejamos de sentir, sin darnos cuenta.
En las fotos aparecen dos niñas emocionadas, con una
permanente sonrisa enrojecida por la temperatura, y la mirada inundada de
ilusión y entusiasmo; expresión entre de pillas e inocentes, con una vida por
delante, y la Vida ante sus ojos sin notarlo. Cuando uno es quien maneja la
cámara hay veces que no es consciente de lo que tiene delante hasta que ve la
imagen, y cuando esa persona es el padre de las niñas, se encuentra con un
libro comenzado a escribir, y reconoce en cada gesto, en cada mueca qué es lo
que realmente reflejan. Pero entre todas esas personas, me doy cuenta de que
también hay otra niña pequeña, cuyo rostro dibuja los mismos sentimientos que
las anteriores, aunque esa niña pequeña sea su propia madre.
Yo apenas aparezco, lo que obviamente delata quién hacía las
fotos, pero además la tranquilidad y confianza en aquellos con quienes
estábamos, una seguridad que me llevaba sobre la nieve totalmente despreocupado
de mis hijas.
Una de las fotos me encanta, me emociona y me ha empujado a
escribir estas frases sobre la cotidianeidad de una Familia. En ella se ve a un
señor de espaldas sobre un manojo de finos troncos nevados que hacen de
pasarela para cruzar un riachuelo, entregando una caperucita roja a un hombre
alto con la cabeza baja, cubierta por una capucha que casi le oculta el rostro –
pareciera un Fraile recorriendo el claustro del convento camino de la Capilla
para Laudes; el padre sujeta a su hija y se la entrega al sacerdote
que la toma de las manos. De la confianza en un padre a la confianza en otro
Padre. Ninguno de los dos es su amigo, pero la confianza en ellos es ciega. Todo un
símbolo de transmisión de la fe. En la foto los tres están aún unidos,
plasmando la realidad incontestable de la solidez de una misma Familia. EL
padre confiado y confiando a su hija, seguido por una madre segura y orgullosa.
Este gran Redentorista toma a mi hija de la mano, y yo no puedo evitar
acordarme de una canción que cantamos los domingos en PS durante la Misa de las
Familias:
“Tomado de la mano con Jesús yo voy,
Le sigo como oveja que encontró al
pastor.”
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