Mi mujer está siguiendo un curso en el Colegio en el que
trabaja sobre inteligencia emocional. Me parece elogiable que se les ofrezca
una formación de éste tipo que contribuye a conocerse mejor a ellos mismos y a
mejorar actitudes no solamente profesionales, sino en la vida diaria. Es,
además, una práctica interactiva que exige tanto la acción propia como la
colaboración de su círculo más íntimo, lo que requiere un esfuerzo, y en cierto
sentido, riesgo, por parte de terceros. Salvo alguno que se está escaqueando la
respuesta que está obteniendo de sus amigos no puede ser mejor, precisamente
por eso, porque obtiene respuesta.
Ayer les pusieron como “deberes” un ejercicio en el que
tienen que señalar aquellas cualidades que les definan como “ser”, sin tener en
cuenta ningún contexto. Sin entrar en
disquisiciones sobre Kant ni Hume, en cuanto me lo comentó pensé que yo como
primera cualidad señalaría sin ninguna duda la consciencia. Consciencia para
auto identificarme como hijo de Dios y, por lo tanto, ubicarme en el mundo. Los
elementos de la naturaleza, los seres vivos, son también creaturas de Dios pero
no todo lo creado es obviamente de igual naturaleza. No me refiero a señorear
los seres vivos y el resto de lo creado, me refiero a la consciencia real de
reconocerme como hijo de Dios que por amor me creó. Esto, además de la
felicidad de saberse amado por el Creador, tiene el contrapunto de la
obligación vital como actitud en y frente al mundo. Es algo que me condiciona
en mi vida, en mi relación con los demás. Reconocer la presencia del Misterio
en los demás, en mí mismo.
Creo que esa es la cualidad que primero me define como ser.
Cuando además, has experimentado y vives la presencia real de Cristo la cosa
cambia un poco. Esa suerte de obligación existencial respecto al resto de lo
creado y a uno mismo se cambia en un gozo. Gozo ante la realidad del Redentor,
gozo por el efecto de poder ser un reflejo de Él para los demás. Cuando ese
gozo se hace más intenso se convierte en una necesidad. La propia vida adquiere
un color diferente, encuadras y asumes tu pasado, reconduces tu presente
abierto al futuro, abierto a Cristo. Tus propios problemas diarios –algunos ya
parecen crónicos- se minimizan al contextualizarlos desde la transcendencia y
enfrentarlos a su Amor; tras ello el yo pierde paso frente al otro. Y todo con la absoluta libertad de poder elegir, lo que
me lleva al Evangelio de hoy (Lc 9, 22-25), cargar sonriente con todas esas
naderías y seguirle alegre.
No sé si será emocionalmente inteligente, pero es lo que
siento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario