Estoy demasiado acostumbrado a tratar de no molestar, a no
entrometerme, como para abordar a la gente de una manera clara y abierta.
Quizás demasiado hecho a circunloquios y recovecos, a hablar sin hacerlo, a
lanzar la pelota esperando que la recojan para comenzar el juego de la palabra.
Por eso han sido muy pocas veces en mi vida las que me he acercado a alguien
para preguntar, para ofrecer mi hombro, o mis oídos, o mi compañía, mi corazón
y mi cariño; aunque siempre estoy dispuesto cuando me lo piden. O sencillamente
permanezco en la sombra, tratando de no ser notado, pero presente, como
diciendo: aquí estoy. Quien me conoce sabe que eso basta, que mi sombra es un
continuo ofrecimiento. Callado, por mucho que las frases vayan construyendo un
discurso estructurado.
Creo que hay alguien cercano y querido – sin más datos, que
no son necesarios- que no está en su mejor momento anímico. Puede que no sea
más que una intuición equivocada; ojalá lo sea. Pero percibo dudas y una cierta
soledad; y no hay soledad más cruel que la que sientes cuando estás rodeado de
gente. “¿Porqué me has abandonado?”. Incluso Él lo pensó por un instante.
Si me equivoco no pasa nada porque nadie se dará por aludido.
Pero si no lo hago sólo quiero que sepas que aquí estoy, y María, incluso Toya
y Paula. El vacío a veces no lo llenan las palabras, sino el silencio
compartido. Sea lo que sea, se trate de lo que se trate, aquí estoy, aquí
estamos. Si soy/somos necesarios, y para lo que sea. Lo que somos y lo que
tenemos, pero sobre todo un corazón común que late acompasado.
Porque creo que a veces lees este blog – no me importa
equivocarme- aquí estamos.
Te queremos.
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