Es
curioso cómo en una misma persona se pueden concentrar el blanco y el negro en
las mismas dosis. Hay un tipo con el que tengo un cierto trato desde hace algún
tiempo y que puede ser dos cosas bien diferentes en el mismo momento y a la
vez: superlativo y humilde, avasallador y tímido, apabullante y sosegado. Es
curioso, porque en unas ocasiones me parece contenido, y en otras su discurso
barroco y criptográfico le muestra incluso soberbio; es más, bien pensado creo
que es la estructura del discurso lo que en apariencia le revela superlativo,
avasallador o apabullante. Puede que sea mi propio prejuicio y una actitud
aparentemente cerrada a cualquier crítica constructiva las que me hagan ver así
al personaje en cuestión. Quizás me quede simplemente en la estética del
lenguaje, en la sonoridad de las formas, en un juicio previo puede que
justificado, porque realmente cuando me tomo mínimamente la molestia de pararme
un instante en el fondo, ni es en verdad superlativo, ni avasallador, ni
apabullante. Y mira que no hacerlo me ha traído en alguna ocasión pequeñas
discusiones y berrinches. Pero claro, me tengo que tomar la molestia.
Confieso
que me equivoco cuando no voy más allá, soy yo mismo quien coloca una barrera
previa, puede que incluso llegue a estar a la defensiva. En unos momentos
parece ultraconservador y de repente se muestra como todo lo
contrario, y más de una vez íntimamente le hubiera dado la razón, aunque
otras le mandaría… Y todo por quedarme simplemente con el exterior ¡Seré torpe! Sin embargo, otras es como si tuviera unos rayos x directos al alma.
Sea lo que sea hay un motivo superior que hace que todo eso carezca de importancia: le quiero, y María y Toya y Paula (y ahí están Jn 15, 12 y 1 Co 13, 4-8). En casa le queremos todos, con lo que ello implica cuando lo haces de verdad; entre otras cosas, dolor. Pero como le queremos lo hacemos con todas las consecuencias, con la cercanía y con la distancia, en el abrazo y en el desdén, en la palabra y en el silencio, con lo bueno y con lo malo. Y como le queremos lo hacemos también cuando cierra puertas, no sólo cuando las abre.
Así que esta mañana, frente al espejo, le he preguntado: “¿Qué, superlativo hoy también?”, y todavía no soy capaz de contestarme. Eso sí, con una dosis máxima de buen humor.