Me resulta curioso comprobar cómo lo más sencillo nos conduce de una manera silenciosa a lo más profundo de nosotros mismos.
Este fin de semana he estado ayudando a mi hija mayor a hacer un pequeño trabajo para su colegio. Estudia en un centro dirigido por Consagradas del Regnum Christi y Sacerdotes Legionarios de Cristo. Esta semana que entra la dedicarán a las vocaciones con una campaña entre los niños de Primaria bajo el lema “En mi familia conocemos y queremos a los sacerdotes”. Todo ello centrado en el día 2 de febrero en que la Iglesia celebra el día de la Vida Consagrada.
Lo cierto es que para ella misma, dentro de la inocencia de una niña de seis años, ha resultado fácil. Y lo ha sido porque en nuestra casa tenemos la suerte de que el trato con religiosos es algo que fluye de manera tan natural como el respirar. La idea del colegio me ha parecido buenísima, porque no todo el mundo tiene la misma suerte, y acercará a muchos padres a una generosa realidad de la Iglesia a través de sus propios hijos. De hecho resulta casi sorprendente ver cómo para unas niñas pequeñas, lo que se plantea como un ejercicio extraordinario, es simplemente natural, porque ellas mismas se sienten parte de la Familia Redentorista, y como a tales los quieren. Pero la naturalidad de la vida diaria lleva con la misma naturalidad al compromiso y a un modo de vivir y, por lo tanto, transmitir que ya no puede ser casual. Tanto en el actuar de una niña de cuatro años como en el de un señor de 45. Haber conseguido esto no es simplemente por empeño de unos padres, lo es como génesis por la propia vida de unos misioneros descomunales, su ejemplo, la forma en la que llevan la Buena Nueva desde el instante mismo en que comienzan a sonreírte antes de hablar.
El Espíritu no es casual cuando sopla, y el día en que a mí me llevó a ellos lo hizo con mi carga histórica y biológica. Que yo cayera de bruces ante ellos y su carisma no necesariamente significaba que lo hiciera el resto de mi familia. Pero un día llega tu hija del cole con esos deberes y es como si terminaras de ponerle la última pieza al puzzle, mostrando una imagen tan hermosa como jamás habrías podido llegar a soñar. El Espíritu me llevó a un innombrable y hoy su nombre no se cae de la boca de mis hijas. Y, además, mi mujer es catequista en PS y uno se siente diluido en su propia normalidad.
A medida que nos parábamos a pensar cuál es nuestra relación con ellos iba quedando claro que – salvando las obvias distancias- nos resultaba muy difícil separar con palabras lo que el corazón une de manera permanente, con lo que llegamos a la conclusión de que más que un “ellos” lo que realmente sentimos es un “nosotros”.
A mi me ha servido para reflexionar, y solamente encuentro como conclusión una serena felicidad; el agradecimiento ha dejado paso a algo muy diferente. Muy, muy distinto. Quizás porque sale de tan adentro que lo asumo como una identificación y deseo de implicación.
Y a través del trabajo de mi hija he recordado a los miembros de mi familia y de la de mi mujer que un día decidieron consagrarse al Señor como Carmelitas, Escolapios, Jesuitas, Hermanas de la Caridad o Esclavas.
Por un momento he pretendido imaginar un mudo sin religiosos y me ha aterrorizado lo que he visto. La imagen es espeluznante tanto desde el punto de vista espiritual como humano. Tres cuartas partes de la humanidad sin evangelizar, sin conocer a Cristo. Leprosos abandonados, enfermos de sida muriendo en soledad, niños sin educar, jóvenes sin instruir, bebés a su suerte, ancianos de los que nadie se acuerda, prostitutas sin atención, oprimidos sin que nadie reclame justicia por ellos, personas esclavizadas, moribundos enfrentándose a la muerte o solos o aterrorizados por un Juicio. Una Redención sin anunciar.
Eliminemos a los religiosos de la faz de la faz de la tierra y habremos eliminado a parte de mi familia.
Eliminemos a los religiosos de la faz de la tierra y nos encontraremos algo parecido al infierno en la tierra.
Unos sencillos deberes escolares para recordar a unos padres quién y cómo propaga la Palabra.
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