Ya hemos recogido juguetes, hecho maletas y lo tenemos todo preparado para regresar a Madrid, a casa, tras haber vivido unas Navidades estupendas. El Niño entre nosotros proporcionándonos calor de hogar en familia, y el contacto con otra Familia que nos llega por el ordenador y el teléfono móvil (aunque solamente fuera por esto, ya soy un fan incondicional de las nuevas tecnologías y de las redes sociales).
Calor en el día a día, intensificado en las fechas clave. La felicidad de mi madre viendo a mis hijas cómo disfrutan en casa de los abuelos; los nervios de mis hijas escribiendo la carta a los Reyes; las uvas en un cuarto de estar a estallar de gente, entre los presentes y los que aportábamos en nuestros corazones; la entrega de los deseos a Melchor y Baltasar que, como son Magos, saben perfectamente cómo nos hemos portado a lo largo del año y lo que nos merecemos o no; la comida en casa de mis padres con el P José Luis regalando a nuestras vidas bondad, inteligencia y un incomparable sentido del humor (y lo que a mí me pareció casi satisfacción por su parte escuchando a las niñas cómo quieren a un innombrable "-pues os monto en el coche y nos vamos los tres a verle a Ganada", dixit-), cargado de anécdotas sobre personas a las que quiero como mi Familia; la inquietud expectante de anoche; la preparación y colocación de los regalos, el picoteo para Sus Majestades y el agua y la comida para los camellos.
Y hoy el día D para todos los niños sea cual sea su edad. Confieso que este año los Reyes, por muy Magos que sean, se han equivocado completamente, porque ni de lejos he sido lo suficientemente bueno a lo largo del 2011 para el reglo con el que me he encontrado esta mañana: la emoción de mis hijas al despertar; las caras atónitas al entrar en el salón y la emoción desatada al abrir los paquetes; la emoción incontenida de María; los ojos, los ojazos negros de mi madre disfrutando del espectáculo (una niñuca de setenta y siete años con la sonrisa y la mirada de una chiquilla de siete). Poder contemplar algo así es el mejor regalo para cualquier marido, para cualquier padre, para cualquier hijo. Y todo sucedió alrededor del Misterio con una vela prendida a los pies del Niño.
Mientras veía semejante espectáculo no pude dejar de recordar algunas escenas de estos días: la cena de Nochebuena; la Misa del Gallo; un gran hombre sentado a mi lado en una Eucaristía de 9 en PS antes de que acolitara y el inmenso Pastor que la presidió; un chaval solo ante Melchor. Ese chaval lleva en mis oraciones desde que le vi, completamente solo, darle su carta al Rey. Debería de tener unos nueve años, iba sin compañía, y simplemente le dejó el papel sin mediar palabra; pero la cara que vi irradiaba felicidad y esperanza. Él ha hecho que esta mañana, en la Misa de Niños de los Redentoristas de Santander, le tuviera presente junto a todos aquellos que esta mañana no han tenido regalos, con todos los que esta mañana no han tenido una familia con la que compartir ni siquiera la nada.
Ya está todo listo para partir mañana hacia casa. Mis manos están preparadas para el 2012.
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