Haciendo un alto entre tema y tema salí a dar un paseo para despejarme un poco, aunque confieso que es la primera vez que me cuesta dejar de estudiar (quizás porque es la primera vez que disfruto estudiando, disfruto como un niño). Iba repasando mentalmente algunas de las ideas vistas, cuando un ciclista amenazó con abalanzarse sobre mí. Una bastante más que agradable sorpresa. Un viejo amigo de Santander con quien siempre es un placer encontrarse. Un tipo culto, inteligente, divertido y que desprende un optimismo vital continuo; bueno, además tiene la extraña cualidad de ser una muy buena persona. Estuvimos charlando un rato, y al final me dijo que había leído un par de entradas en mi blog. Le pareció curioso, y se mostró un tanto sorprendido: “pero si tu nunca has sido un come Santos”; hombre, tampoco lo soy ahora en sentido estricto por mucho que anoche terminara “El gran medio de la oración”, de San Alfonso Mª de Ligorio. “Si hemos hablado muchas veces de religión y siempre has tenido una mente muy abierta”. Creo que como ahora, exactamente igual que ahora. “Bueno, ya sabes que yo no soy religioso, pero tampoco anticlerical”. No había ningún reproche por su parte, más bien sorpresa y conformidad, ya digo que además de encantador es una persona inteligente.
Es esta una reacción simpática, aunque de vez en cuando recibo comentarios a las entradas que escribo que no lo son tanto; no los publico porque prefiero abstenerme de polémicas estériles y de mal gusto.
En verdad encontrarme con este amigo ha sido un ejercicio práctico para la reflexión de uno de los temas que acababa de repasar (sí, amigo ciclista, estoy estudiando Teología). Ya he manifestado en algunos artículos (creo que soy un libro abierto), que he vivido la presencia casi constante del, llamémoslo Misterio, en mi vida. Más o menos intensa, pero real. Silenciosa ad extra, pero llega un momento en el que cuando esa presencia no es un eco, sino más bien una realidad palpable, se genera en uno la necesidad voluntaria de dar respuesta a la Voz que produce el eco; tratar de secundar a quien reconozco de manera efectiva a la vez Superior Summo Meo e Interior Intimo Meo. Justo cuando vas preguntándote cómo dar respuesta a esa Su acción primera, llega alguien pedaleando para hacerte consciente de que quizás estas torpes reflexiones que hago públicas sean en sí mismas una nanorespuesta. Algo minúsculo y casi imperceptible, pero respuesta en cierto modo activa. Claro que no basta, no me basta en absoluto y creo que continuaré con una cierta desazón hasta que averigüe cómo y dónde dar respuesta activa y constante.
Al menos en algunos lectores, lo que no son más que unas reflexiones personales, causan algún tipo de reacción, y en ciertos casos doy gracias a Dios por esa reacción, por la que aún permanezco perplejo.
Y aquí estoy, a mis cuarenta y cinco años, como a los siete, como a los quince, como a los dieciocho, como siempre. Con la misma mente abierta de siempre –esto le sorprenderá a alguno que cree que la tengo más bien estrecha-, pero con la diferencia radical que da la respuesta. Bueno, y con una mujer maravillosa a mi lado consciente de la respuesta, y dos hijas a las que rendir ejemplo.
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