La celiaquía es una enfermedad autoinmune crónica que hace que el organismo de quien la padece desarrolle distintas respuestas anormales ante la presencia del gluten, proteína que se encuentra sustancialmente en algunos cereales como trigo, centeno, cebada o avena; sin control puede derivar en diferentes patologías. Esto se complica porque muchísimos de los alimentos contienen gluten directamente en su composición, o los aromas, esencias o conservantes están realizados usando gluten, además de la contaminación cruzada en fábricas, restaurantes, comedores de colectividades o las cocinas de los propios hogares.
Cuando el miembro de la familia que padece la enfermedad es un niño la vida por un lado se desarrolla de una forma más natural que cuando el diagnóstico se realiza a un adulto, porque aprende a vivir con ello, pero por otro la tentación de chuches, chocolates, postres es casi continua, y aprender a vencerla es una tarea casi tan ardua como la continencia. Por suerte hoy en día podemos encontrar casi de todo exento de gluten, lo único que se resiente es el bolsillo, porque el precio de la cesta de la compra de un celíaco es más de tres veces superior a la de quien no lo es. A pesar de la gran cantidad de productos a nuestro alcance, los hábitos familiares cambian. En nuestro caso el gluten ha desaparecido de manera radical de nuestra casa, y solamente nos permitimos su entrada en situaciones o épocas especiales. Una de ellas ha sido la Navidad.
Mi mujer se va haciendo una experta repostera, casi de laboratorio, porque el uso de harinas y levaduras especiales obliga a una prueba/error casi continua hasta dar con la receta adecuada para que el resultado sea un bizcocho, una tarta, o unas galletas lo más apetecibles posible. Aunque ya se difumina por la popa la estela de ilusión dejada por los Reyes Magos en los niños, continúa para mí resplandeciendo el empeño de María para que nuestra hija pequeña pudiera disfrutar de un roscón “lo más roscón” que pudo. Estaba feliz sentada a la mesa con todos y comiendo como todos un roscón con sorpresa incluida. No habría pasado más si no lo hubiera conseguido porque se conforma sorprendentemente bien con su realidad.
La aceptación personal, la normalidad dentro de lo inusual, de la propia realidad individual es producto de la educación y de la manera de ser de cada uno, pero también de la sociedad. Y se nota que en este aspecto la sociedad evoluciona positivamente; cada vez es más habitual que en los cumpleaños o fiestas infantiles los padres tengan en cuenta que entre los invitados hay niños que no pueden comer de todo, y hacen lo posible por encontrar todo tipo de chuches sin gluten. Se agradece.
Hay otra Madre que también hace lo posible por atender las necesidades de sus hijos, la Iglesia, aunque paradójicamente lo tiene más difícil. Me refiero obviamente a la Comunión, y al acceso a Ella por parte de los enfermos celíacos. La Iglesia es administradora que no dueña de los sacramentos, por lo que en lo que a éste respecta no puede cambiar la disposición del propio Cristo, de modo que sólo se pueden utilizar pan y vino. Lo tiene más difícil porque hoy por hoy, para que realmente sea pan la hostia que se consagre debe necesariamente de contener gluten, de otra forma no se consigue la panificación; es decir, las hostias especiales “quibus glutinum ablatum est” son materia inválida para el Sacramento. Sin embargo, en 1995, siendo Prefecto para la Doctrina de la Fe el Cardenal Joseph Ratzinger, se aprobó el uso de las formas con una mínima cantidad de la dichosa proteína. No obstante, en nuestro caso esto no es suficiente dado el alto grado de sensibilidad; necesitará incluso un cáliz distinto para poder comulgar con vino. Será posible para el día en que reciba su Primera Comunión, pero no habitualmente. Aún queda mucho tiempo, quizás el suficiente para que la ciencia avance, o, como soñar es gratis, para que se produzca una redefinición de qué es realmente pan.
Todavía le queda seguir creciendo sana y feliz, pasar por la preparación para ese día de manos de los catequistas de la comunidad Redentorista del Perpetuo Socorro, aprender a encontrarse con Cristo día a día. De momento, gracias a su madre, este año ha podido disfrutar de un estupendo roscón.
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