Acabo de presenciar en la misa de nueve del Perpetuo Socorro cómo dos especiales misioneros Redentoristas recibían las antiguas Órdenes Menores, siendo instituidos como Acólitos y Lectores. Es un paso más hacia la Ordenación Sacerdotal, una alegría para la Iglesia Universal.
Son dos personas especiales, tocadas por la mano de Dios, llamados por Él, donados a Él. Se llaman Damián Mª y Víctor y les une el mismo amor a Cristo y la misma entrega incondicional a Él en el carisma Redentorista. ¡Casi nada!
Dos caracteres diferentes con un estilo propio y un buen hacer común. Una preparación extraordinaria y una formación vivida y desarrollada en el seno de una Familia que se desvive por los demás.
Me cuesta mucho, mucho ser objetivo con ellos y lo siento. Porque el cariño es grande y puede empañar una opinión aséptica, aunque no oscurecer la realidad.
A Víctor le conocí la pasada JMJ y, la verdad, si no fuera por su juventud habría creído que ya era sacerdote; un gran sacerdote curtido en una pastoral cercana, cálida y abierta. Y lo era, aunque no estuviera ordenado. Mirarle tranquilamente a los ojos es zambullirse en el mar de paz sobre cuyas aguas anduvo Jesús. Y son las aguas de su bondad, sensatez, sencillez y profundidad las que pone a Su servicio. Hablar con él eleva el alma y baja la presión arterial. Uno no puede conocerle y no quererle. Cruzar dos frases con él engancha; pasar varios días seguidos a su lado, entrega.
A Damián lo conocí por internet. Vi un vídeo en el que contaba su experiencia en Calcuta y le puse un mensaje porque me impresionó. Pasado el tiempo, un día que entraba en PS, un chico sonriente me dijo ¡Hola Enrique! Era él. Su nuevo destino era precisamente el Perpetuo Socorro de Madrid. He tenido la suerte de ir conociéndole poquito a poco, domingo a domingo. Y poquito a poco, domingo a domingo le he ido viendo crecer y he ido aprendiendo a quererle casi desde el silencio de una espiritualidad oriental. Y desde la profundidad de ese silencio llega el calor del abrazo y el sonido impactante de la comunicación del corazón. No es una metáfora; guardo el abrazo al entrar en PS para la Misa del Gallo. No fue un “abrazo eclesial”. Como diría el padre Guembe, fue mucho más que un abrazo eclesial.
Dos grandes hombres, dos grandes Misioneros Redentoristas, que serán dos imponentes sacerdotes. Dos jóvenes a los que admirar y a los que agradecer su entrega.
Y no puedo dejar pasar por alto las palabras del P Pedro López animando a los jóvenes a seguir ese mismo camino.
Damián, Víctor: ¡Gracias, gracias, gracias!
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