Siempre he dicho – y sigo opinando igual – que no hay nada que más me asuste que lo que se esconda detrás de una sonrisa permanente; por ficticia, por antinatural. Pero hace ya bastante tiempo que me topé en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid con unas chicas sonrientes que me sorprendieron. Pasado el tiempo, durante la JMJ Madrid 2011, tuve el privilegio de conocer un poco más lo que se escondía detrás de esas sonrisas, y descubrí la paz que irradiaban, una bondad producto de su felicidad inmensa. Eran algunas de las religiosas del Instituto Catequista Dolores Sopeña. Con alguna de ellas tuve más trato que con otras, o simplemente por afinidad, o por compartir una pasión común por la música del P Cristóbal Fones S.J. Da lo mismo, porque en el fondo, en la trastienda de esos rostros amables y sonrientes se recoge un común amor por Cristo. Por eso mismo, lejos de producirme desconfianza, su sonrisa tiene el atractivo especial que da la felicidad producto de la entrega y el abandono. Seguro que algo así podría verse en las caras de los Apóstoles.
Un grupo de mujeres entregadas en dar a conocer a Jesús, al Evangelio, entre las familias trabajadoras, para hacerlas sabedoras de que son también acreedoras – con más motivo – de Su propio mensaje.
El trato personal hace tejer relaciones sólidas y afectuosas. Me gustaría decir que cuando se comparte una misma fe, un mismo objetivo, una misma vida, eso se ve acrecentado, pero sería falsear la situación; sería casi como pretender comparar la pobre existencia del torpe que escribe con unas almas cargadas de valor y de amor por Cristo en los demás, y eso no sería justo. Enfrentar unas manos vacías a una vida plena es, además, incluso vanidoso. Pero la realidad tumba a la lógica, y el cariño por mi parte ahí está.
Una de esas chicas, una de esas religiosas que aparecieron este verano en la reunión que Benedicto XVI tuvo con las religiosas en el Escorial, revestidas con el hábito incomparable de su propia vida – que no con otro, porque según sus constituciones, no visten más hábito específico que el sudor de su trabajo – me invitó a acudir con mi familia a la eucaristía que se celebró ayer, viernes 20 de enero, en PS. Lamentablemente ni mi mujer ni mis hijas me pudieron acompañar físicamente, aunque siempre van de mi mano. Pero yo me sentí feliz, en primer lugar por la invitación, en segundo lugar porque aunque simplemente con mi presencia pude arropar a mis amigas religiosas, en tercer lugar por ser una manifestación gozosa y explícita de un hijo de la Iglesia hacia una de sus muchas familias, en cuarto lugar por poder aprender un poquito más de la beata Dolores Sopeña con la soberbia homilía del padre Redentorista que presidió la celebración. Yo estaba en casa por estar allí, me sentía implicado con sinceridad, pero mucho más por ser un trabajador que no puede hacerlo (quizás alguien que me conozca y me lea puede pensar que esta afirmación por mi parte es incluso una injusta impertinencia, pero sólo lo hará quien tenga su corazón cargado de prejuicios e inundado por el desconocimiento real).
El caso es que, si bien yo me considero parte de la Familia Redentorista, me considero también hermano de estas grandes mujeres aunque sólo sea por ser miembro y partícipe de la misma Iglesia.
Venerar la reliquia de su beata fundadora no ha sido por mi parte un acto simplemente estético, ha sido un signo de fe.
Y como miembro de la Iglesia común no puedo sino agradecer la existencia de esa familia, y le pido al Señor que acreciente el número de sus obreras con más miembros activos en su seno por la Justicia y a favor de los más desprotegidos, sus predilectos. Además, por qué no decirlo si ya lo sabe una de ellas, porque son mis religiosas favoritas.
Muchas Gracias Enrique... gracias por aceptar la invitación, por vivirla con tanto sentido y por compartir tus impresiones.... la verdad es que llena el corazón de alegría descubrirnos hermanos en una iglesia tan variopinta... y como el Espíritu, que sopla donde quiere, ha querido que en este rinconcito del planeta se conocieran estos carismas, que distintos en su forma, se parecen mucho en su fin.... anunciar y "Dar a conocer a Dios a quienes no lo aman porque no lo conocen"...
ResponderEliminarMuchas gracias
Mane