“Perdón, por asomarme desde mi balcón,
a las miserias de la tierra,
a la gente que no interesa,
por no meterme en el fango,
y hacer mío su dolor.”
Muchos domingos seguidos escuchando este canto, innumerables homilías inspiradas, un entorno determinado, mi propia familia, una gran Familia, una admirable gestión del acompañamiento; un poco de cada y tras ellos, o sobre ellos, el Señor, me han empujado ha tomar por mi cuenta y riesgo la decisión de lanzarme desde mi balcón al fango.
Hoy he comenzado a servir como voluntario a un grupo de “sin techo” enfermos de la ciudad de Madrid. Llevaba ya mucho tiempo queriendo hacer algo, intentando hacer algo; en algún sitio no fue compatible y para otro puede que simplemente no sea digno, que los silencios hielan el alma, y cuando estás congelado si tropiezas directamente te rompes. Podía haber elegido colaborar con otra institución eclesial diferente a las dos a las que primero me insinué. Puede que me atrajera más algo vinculado directamente con un puntito claro de evangelización o simplemente de transmisión de la fe; aún no pierdo la esperanza para esto. El caso era ponerse en marcha, y el propio caminar me fue enfocando. Acabé decidiéndome por una organización completamente aconfesional, me presentaron varios proyectos permanentes y entre ellos me decidí por hacer un poquito entre aquellos que me parecieron los más abandonados. Este ha sido de manera resumida el proceso.
Puesto en manos del Señor para el servicio, cuando a las nueve de la mañana entré en aquel lugar, me di de bruces con una realidad cruel de nuestra ciudad; a diez minutos y tres paradas de metro de mi casa. Unas doscientas cincuenta personas sin hogar, necesitados de verdad de auxilios, gente que no interesa y que son producto generado por nuestra sociedad. Una sociedad capaz de permitirlo es una sociedad enferma; una sociedad capaz de permitir que los bebés no lleguen a nacer es una sociedad enferma; una sociedad capaz de permitir que la gente muera de hambre es una sociedad enferma; una sociedad capaz de abandonar a los mayores es una sociedad enferma; una sociedad capaz de permitir las injusticias es una sociedad enferma. Cuando, como católico, llegas a un punto en el que no te puedes abstraer de esa realidad porque nada te es ajeno, abandonas el balcón para bajar a la calle. Y no hace falta ir muy lejos. Tampoco son necesarios gestos grandilocuentes aunque sean bienvenidos, es más sencillo: vivir aquello que decimos creer en nuestro día a día. Y hacerlo de verdad. Un poquito más de Rerum Novarum; un poquito más de doctrina social de la Iglesia y creo firmemente que la sociedad no estaría como está.
Estoy en ese camino, en un proyecto de acompañamiento a esas personas; pero esto es algo englobado dentro de una historia personal.
He recibido una gran lección de humildad y me han abrumado mis quejas absurdas del día a día.
Y también me han hecho consciente de que mi propia realidad es mucho más amplia y profunda de lo que yo creía. Ni caben orgullos esperpénticos ni falsa humildad. Llegó un momento en que tras la visita al médico con la señora a la que acompañaba, con la hermana a la que acompañaba, me preguntaron por curiosidad cuánto cobrábamos los voluntarios. “Vamos a ver, que si nos llamamos voluntarios es porque no cobramos”. Me preguntó más, y al enterarse de que iba como voluntario en una organización aconfesional dijo: “para que luego digan que la Iglesia está detrás de estas ayudas”. Buffff, mira que tenía intención inicial de no tener que tocar ese tema, que la diferencia radical entre solidaridad y caridad no la marcara más que una cierta actitud; pero, claro, uno es débil y no sabe morderse la lengua. “Perdona que te aclare –le dije muy sonriente-, pero en el caso concreto de quien tienes delante, tienes razón, la Iglesia no está detrás, está dentro porque yo soy Iglesia Católica –me sentí como la campaña de la Renta- si no fuera por la Iglesia, si yo no fuera católico no estaría aquí, aunque efectivamente esta organización es aconfesional.” Me quedé más ancho que largo. Y la señora a la que acompañaba, me sonrió y me dijo: “Jeje, muy bien, le has dejao planchao”.
He dudado mucho si escribir o no esta entrada por aquello de “que no sepa tu derecha lo que hace tu izquierda”, y si lo hago es llanamente por si alguien lo lee que no lo dude, que se anime. El día es largo, las semanas más y el hermano está en la calle, en el piso de enfrente o en tu propia casa; es Cristo quien está a la vuelta de la esquina. No se trata de vaciar los templos para lanzarse a la calle como he oído en algún sitio; eso me parece un error de base y una aberración según quién lo diga. Creo firmemente que la acción por la acción no lleva sino a la increencia propia y ajena. En la oración está la base y en el Señor el sustento.
¡Animaos!