Hace 41 años que no asistía a la Misa del Gallo; tenía cuatro y me dormí. La misma edad que mi hija pequeña, que también acabó dormidita. Pero hay una diferencia fundamental, yo recuerdo un aburrimiento soporífero y una imagen que había en los Capuchinos de Santander y que me aterrorizaba. Ella, sin embargo, podrá recordar una fiesta sensacional de la que formó parte. El sonido de los cascabeles con los que, junto a su hermana recorrió el pasillo de la iglesia, el dibujo con unas campanas que llevó en el ofertorio y que recogió un cariñosísimo P Nicanor. O puede que no lo recuerde. Aquella Misa del Gallo de 1970 fue algo circunstancial en mi vida, como lo fue esa iglesia; ni siquiera sé por qué fuimos allí ya que nuestra parroquia era La Inmaculada (los Redentoristas como directamente la conoce todo el mundo en Santander), imagino que porque nos cogía de camino de vuelta a casa desde la de mis abuelos maternos.
Mis hijas puede que no lo recuerden porque mi mujer y yo nos esforzamos (lo cierto es que no es un esfuerzo sino un gozo) en que crezcan y vivan su fe en la Comunidad del Perpetuo Socorro de Madrid, con la Familia Redentorista; de esas edades suelen recordarse hechos extraordinarios por buenos o por desagradables, pero la cotidianeidad al hacerse propia se diluye en una especie de ADN vital, que es justo lo que pretendemos con la naturalidad del día a día en el mejor entorno que podemos ofrecerles porque es el entorno en el que el Señor un día quiso que apareciéramos y del que nos enamoramos.
La Misa del Gallo, la celebración de esa Noche Santa, es una Fiesta en sí misma, pero lo de ayer fue la exaltación de la celebración del Nacimiento del Niño Dios. Una familia pequeña como la nuestra en una Familia gigantesca que es la nuestra. Yo realmente me salía de contento y emocionado contemplando al Niño, a una Comunidad concelebrando al completo, escuchando a un Párroco que ya empieza a acostumbrarnos a la excelencia, a un Superior Provincial que estuvo eso, superior, a tanta gente querida. Nuestra entrada en el templo fue acompañada del abrazo especial de un religioso al que aprendo a querer a medida que le trato y le conozco, y la salida con el abrazo de un sacerdote que es como un hermano.
El coro de esos jóvenes que hacen que el cielo baje a la tierra con su entrega, su esfuerzo, su fe y su alegría. La feligresía inacabable, montones de familias reunidas entorno a un Bebé que nacía por y para cada uno de nosotros. El chocolate que nos ofrecieron a todos a la salida. Jamás me cansaré de contar las maravillas de esta Comunidad porque son inagotables. Pero es que, además, tengo la constatación objetiva de que ni me ciega la pasión ni lo que es mucho más que un inmenso cariño. Allí estuvieron por primera vez unos vecinos nuestros, atraídos por el entusiasmo con el que hablamos de estos gigantes misioneros. Son católicos norteamericanos y en Madrid acuden los domingos a celebrar la Eucaristía junto a la comunidad angloparlante, pero anoche eligieron el Santuario del Perpetuo Socorro. Hoy por la tarde, celebrando la Navidad en su casa junto a otros vecinos nos dijeron que se quedaron sorprendidos por la fuerza y el empuje que habían visto en mi Parroquia. Lo que a mi me faltaba para seguir engordando en estas fechas…. Porque me hicieron engordar de orgullo. No sé si mis hijas lo recordarán, pero para mi mujer y para mí esta será una Navidad INOLVIDABLE.
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