Ya luce en mi casa la luz de Belén. La traen de la Gruta de la Natividad los Scouts de Austria, y desde allí nos la ofrecen en la Parroquia Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid, en la calle Manuel Silvela 14, de manera que todos podemos acercarnos a por ella para que luzca en nuestros hogares.
Con este cuarto domingo de Adviento, ya están encendidas todas las velas de la corona, y ahora, con la Luz de Belén notamos cómo empieza a sentirse el calorcito del Portal.
Esta noche, en misa de nueve, la misa que la Parroquia dedica de manera especial a los jóvenes, no se notaba tímidamente la cercanía de ese calor, la iglesia directamente ardía. Con las luces apagadas a la espera del comienzo, todos esos jóvenes eran como un ejército de luciérnagas.
Nada más entrar – siempre me gusta llegar pronto- me encontré con el templo abarrotado de jóvenes, y eso hoy en día sorprende. Sorprende si no se tiene en cuenta que estamos en una parroquia Redentorista, porque sabiéndolo es de lo más natural que el grupo de jóvenes sea mucho más que nutrido. La Constitución 20 dice que “no presumen de sí”, pero la ventaja que tiene no ser más que un laico es poder presumir de ellos abiertamente y a pulmón lleno, sacando pecho como quien presume de un hermano o de cualquier miembro de la familia; del sacerdote que presidió la Eucaristía y que realiza una labor con los jóvenes inconmensurable, entregada, constante, alegre; del sacerdote que nos leyó la Palabra, del religioso sentado a su lado. Como presumo del sacerdote de la Misa de niños, del sacerdote que nos acompaña en el grupo de matrimonios, del párroco y de todos y cada uno de los que forman parte de esa Comunidad. La luz de Belén estaba hoy ahí, y yo fui con la vela en un farolillo para traérmela a casa y poder celebrar el Nacimiento con la misma luz que en la Natividad de Belén.
Y aunque ellos no presuman de sí, como yo no tengo porqué no hacerlo, confieso que una llamita de la Luz, mucho de su Calor, se ve a diario en Jorge, en Pedro, en Damián, en Juan Antonio, en Octavio, en Nicanor, en Olegario, como en Víctor, en Carlos, en Miguel, en José Luis, en Bryan, en Gerard o en cualquier otro Redentorista de cualquier punto del mundo. La sientes cuando estás personalmente con ellos, o aunque la relación sea por la pantalla de un ordenador.
Tratarlos es quererlos y llevándolos en el corazón llevas una pequeña brasa encendida. El “problema” se te puede presentar cuando tomas consciencia de que tu propio calorcito interior no puede quedarse simplemente ahí dentro porque no sería más que estéril; de que comunicarlo y compartirlo se convierte en una necesidad. Rendido a la evidencia, ya encontrarás el cómo y el dónde, o ya te ayudarán a encontrarlo. Sea cual sea tu estado, sea cual sea tu circunstancia. Lo importante es rendirte y abandonarte a la evidencia de que no se va a apagar.
Como ejemplo de esa Luz esparcida por el mundo, dos jóvenes nos relataron su experiencia misionera en Honduras con la comunidad Redentorista del lugar. Cada vez que escucho una historia similar a un laico, hay un hilo conductor común: la alegría, la felicidad de la que han sido contagiados.
La Luz ya brilla en mi casa, y si Dios quiere, con ella celebraremos la Nochebuena, la cena en familia. Y con esa luz en el rostro acudiremos a la Misa del gallo para seguir celebrando en familia.
En familia, María y yo tratamos de que esa luz prenda en el corazón de nuestras hijas. Y lo hacemos con convencimiento, con fe, con pasión, con alegría y con la absoluta seguridad de que lo hacemos dentro de una gran y entregada Familia.
gracias por tu testimonio, hermano y amigo! saludos de tu familia redentorista, desde Centroamerica!
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