Creo que este 28 de diciembre era el primero en mucho tiempo que iba pasando sin pena ni gloria en cuanto a las inocentadas, hasta que un año más he caído todo lo inocentón que soy. Y no una sino tres veces. La primera se refería al traslado de alguien a quien he conocido a través de internet; en teoría se iba con toda su familia fuera de España, y aunque él vive en Getafe y yo en Madrid lo primero que pensé fue: vaya me voy a quedar sin conocerle. Y resultó que no, que era una broma. La segunda ha sido realmente anodina, y la tercera me llegó vía twitter. Eso me pasa por estar enganchado a las redes sociales. Con esta última casi se me sale el corazón por la boca; a mí y a los que estaban conmigo en ese momento. También se refería a un traslado, aunque en esta ocasión circunscrito al territorio nacional. Francamente confieso que me dio una pena inmensa pensar en perder la compañía de esas dos personas, así, de improviso. Me invadió una pena tremenda por mí, por mi mujer, por mis hijas y por unas cuantas personas más.
Por mucho que conozcas la itinerancia, tratar de asumirla fuera de tiempo y sin posibilidad de despedida era realmente duro. Se me pasaron todo tipo de cosas por la cabeza en no más de un par de minutos, entre ellas recibir con los brazos abiertos a quien viniera nuevo. Esto me demuestra por un lado mi bastante más que cariño real por algo “superior”, y por otro que el cariño específico por personas concretas no se desvanece nunca en una generalidad. Me apenaba pensar que una de esas personas a la que estoy aprendiendo a querer a velocidad de crucero pudiera limitarse al recuerdo de un tiempo; respecto a la otra era algo así como si a mi hermano le destinaran a Oriente Medio. Sí, una faena, pero no pasa más. Bueno, sí pasa, porque además creí –dado lo expedito del notición- que no tenía ni la oportunidad del abrazo de despedida. Pero ya volverá, ya nos veremos, nos comunicaremos por teléfono o por internet (una mera ilusión conociendo al individuo en cuestión). Y como un tontorrón me emocionaba sentir pena pero no orfandad, gracias a lo que viene siendo una genial gestión del acompañamiento. Al mismo tiempo que tenía presente el agradecimiento profundo y sincero de una entrega incondicional pensaba en el primero afianzándome en la idea de que nos seguiríamos viendo, cuando menos en una profesión… (la rapidez con la que funciona la mente en momentos de tensión es impresionante).
Hasta que me hacen saber que es 28 de diciembre. Creo que las carcajadas de mi mujer y mi madre aún hacen eco. Ver la cara de mi madre con ese espontáneo ataque de risa al contemplar mi expresión de panoli rabioso me hizo feliz. Era el primer año en que ella misma no gastaba ninguna, y nos trajo una larga conversación de recuerdos. Una inocentada que ha contribuido al calorcito de hogar estas fechas.
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