"Cada cual atienda a su juego, y el que no lo atienda pagará una prenda". Sonará raro, pero esta mañana, ante el Cristo del Perdón en PS me he acordado de esta canción infantil. Creo que ha sido por lo del pagar la prenda.
A los pies del Cristo nos ofrecen dos oraciones. La primera es la Ignaciana “Anima Christi” que me encanta, aunque a mí me gusta más la versión original “et pone me iuxta te” en lugar del “iube me venire at te”, tal y como aparece manuscrita por primera vez en Excercitia Espiritualia de 1548. Me parece que expresa mejor la acción primera de Dios que es quien nos ama primero y es quien nos salva y nos redime; más que ordenarnos ir a Él es Él mismo quien nos sienta a su mesa. Puedo ser un friki, pero la rezamos en versión original cada noche con las niñas. La segunda oración, y la que realmente me trajo a la cabeza el Antón Pirulero, es el tradicional soneto español “No me mueve, mi Dios, para quererte”. Y lo hizo por contraposición al “no me mueve el infierno tan temido”, que sería algo así como la prenda. Siento de verdad que ni me mueve el Cielo prometido ni el infierno temido para quererle. Supongo que se debe a una evolución personal, a la fe, que no es si no la respuesta a una llamada. Y sé que se debe en gran parte a quien me acompaña y a la gente entre quien tengo la suerte de vivir mi fe. Yo he decidido atender a mi juego, y dónde hacerlo; adónde me lleve no es cosa mía, sino Suya.
El caso es que cada uno sea capaz de atender a su juego, que se atreva a jugarlo. Ni por la prenda ni por el premio. Por el hecho de jugarlo; porque hacerlo es una consecuencia natural de sentirse amado por Quien nos amó primero. Porque el juego de la Vida es un juego de amor y por amor para ser compartido. Otra cosa no es Vida. Algo así como caminar a Dios con Dios en los demás. El pasado 22 de marzo, escuché a un sacerdote Redentorista en unas catequesis que no se puede caminar a Dios sin Dios. Pues no se puede caminar en la vida sin los demás, porque también en ellos está Él. No se puede caminar sólo para uno mismo, más bien debe hacerse para los demás. Compartir el Amor que uno siente y del que no es ni acreedor ni propietario; no se es más que mero depositario o custodio. Pero para compartirlo.
Y ahora que está próximo el nacimiento de la encarnación del Amor y me siento ansioso por su llegada y nervioso por acogerle, voy acercándome a la consciencia de –a pesar de todos los sinsabores- lo extraordinario que ha sido este año para mí, y que me voy acercando al Pesebre aún con timidez, pero arropado por las mejores personas y en la mejor Comunidad.
Entre otras cosas, este año me ha ayudado a derribar mitos con rotundidad, y uno de ellos ha sido sobre las distintas familias de la Iglesia. He podido comprobar que nuestra Iglesia es la institución más plural del mundo, con una cantidad ingente de carismas y familias; aunque incluso desde dentro, a veces, haya quien no quiera verlo así. Una Gracia impagable para la propia Iglesia; formas de jugar que nos vienen ofrecidas por ese pulmón amazónico del que habló Monseñor Tobin recientemente.
Lo importante es jugar, no ser un simple espectador del juego de otros o, más triste aún, un espectador del propio caminar. Buscad quien os anime, os aliente y os acompañe; si os dan largas algo falla, y no tenéis porqué ser vosotros.
Yo sé claramente donde quiero atender a mi juego. Animo a todos los que ya sientan esas pequeñas ganas de lanzarse al tablero, que elijan para empezar a mover ficha; mover ficha, porque la partida empezó el día en que Dios decidió amarnos, el día en que fuimos concebidos. Juegos hay tantos como personas, y los lugares donde jugar inagotables. Simplemente hay que atender al propio juego.
Y voy jugando al tiempo que con tímidos pasos creía acercarme a una supernova; pero sé que no lo es, porque esa Luz que me va atrayendo ni decrece ni se extingue.
Animaos y atended a vuestro juego; no sabemos cuándo aparecerá el "game over".
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