Hoy mi Niño, mi Dios, me ha invadido rotunda y serena la voz del Ángel que me impele adorarte. No soy un pastor, tan sólo un hombre desnudo ante Ti que llega tras haber partido con temor a acercarse para no manchar tus pañales con la porquería de sus manos vacías, para no rozar las pajas del pesebre con sus dedos ajados por los errores.
Mi cuévano, Señor, este año venía cargado de paquetes vacíos, de dolor causado de manera inconsciente a quien pusiste ante mí, de días sin trabajo, de angustias, de noches en vela, de segundos sucedidos como lustros, de oportunidades perdidas, de tenerte en los demás y no haberte visto, de no saber ni cómo ni dónde, de martillear los clavos cada vez que pequé. Una carga tan pesada que encorva los hombros con la misma fuerza con la que encorva el alma.
No me atrevía a acercarme mi Dios, y sin embargo, quise recorrer con tu Madre el camino de Adviento, hacerlo también con el callado José para ir avanzando tímidamente, porque eres un Bebé que me llama, una Luz que me atrae. Y a cada paso, cada día transcurrido, sentía cómo tu calor iba secando las lágrimas de mi corazón, iba notando cómo quemas Jesusito. Hasta que hoy Señor has conseguido que me rinda ante la realidad de que mi corazón es un músculo elástico cargado de amor, y que la pesadez de mi cuévano se aligera ante el misterio que tengo delante, ante la inmensidad de tu Amor. Y eres tú mismo quien me muestra lo que hay dentro de él, me haces ver de nuevo la maravilla de tu proyecto para mí: los ojos, la sonrisa y el apoyo callado y constante de mi mujer, la compañera que pensaste para mí desde el principio de los tiempos, mi amor; las risas, las caritas, los abrazos de mis hijas, su candor, su capacidad de asombro y su absoluta confianza y seguridad en María y en mí; el que fue mi propio pesebre a quinientos kilómetros de distancia donde esta Noche te adoran mis padres, una madre entregada a Tí en la decrepitud de un padre al que has regalado más tiempo; mis hermanos y los de María, nuestros sobrinos, mi Alquimista. Y lo iluminas para que pueda observar cómo, sin romperse, también están en él acampados para siempre junto a Alfonso sus hijos, la Comunidad de Sacerdotes y Religiosos que me ha mostrado Tu Redención Copiosa. Mis Amigos y todos aquellos que nos sostienen. Me asusta mirar por si con tanta gente hay ruido que pueda desvelar la placidez de tu sueño, pero lo hago, y me encuentro con un sensacional grupo de jóvenes y un grupo de matrimonios, asentados y acomodados bien profundo y seguros rodeados de más miembros de PS; allí permanecen rostros que me has traído en la pantalla de un ordenador, las Catequistas Sopeña, consagradas, sacerdotes y laicos de una pequeña habitación en San Juan de la Cruz, participantes en la Alfonsiana, otras gentes con nombres que apenas recuerdo y dos millones de personas más que no quieren salir. Y no se rompe. ¡¿Cómo es posible que no estalle?!
Pero me incitas a mirar más adentro, y me asusta descubrir aún una oquedad infinita, como esperando recibir, esperando a llenarse aunque no sepa ni cómo. Y no se romperá, yo sé que no permitirás que se resquebraje.
Desnudo y arrodillado ante un Recién Nacido, me avergüenzo por haber iniciado el Camino pensando en ofrecerle un cuévano cargado de nada. No, no es eso lo que debo ofrecerte; ni siquiera mi corazón que no es más que mi vida, tu propio regalo. Es, mi Señor, ese hueco que aún queda lo que te ofrezco. Un hueco es lo único que tengo para darte. Enséñame a llenarlo. No quiero cargarlo con mis planes ni con mis deseos; sólo quiero que sean Tus planes los que lo colmen. Toma para ello mis manos; ayúdame a que el año próximo estén limpias. O mejor, mi Señor y mi Dios, ayúdame a ensuciarlas, a mostrártelas ajadas por los demás, por contribuir aunque sea solamente un poquito a que este mundo sea mejor y que quizás alguien llegue a sentirte como te siento yo. Enséñame porque no sé cómo.
Enfrentar la vacuidad de la inutilidad a la grandeza infinita de un Bebé que ha nacido también por mí enaltece el espíritu, regenera la dignidad, recobra los ánimos y riega de alegría porque inunda de Vida y Esperanza. Ya no siento que mi espalda pese. No quiero apartarme de aquí, no quiero levantarme. Simplemente aspiro a permanecer así, abrasado por el calor de tu Amor.
Ahora mis manos ya pueden cogerte para arroparte calentito dentro del cuévano por fin vacío, e igual que las montañesas con sus hijos en las labores del campo, llevarte seguro en cada paso de mi vida. Estás tan enraizado en mí corazón que cada vez que palpita te expandes; por eso, como los pastores, con su mismo entusiasmo, me vuelvo gozoso con mi mujer y mis hijas a dar gloria y alabanza.
Ojalá que todas la luces, incluidas las de la Iglesia, nos hagan recordar que Belén significa “La casa del Pan” y que el pan de la eucaristía que vamos a recibir en el día de Hoy nos haga compartir y repartir el pan de la dignidad humana a todos los que nos rodean.
ResponderEliminarFeliz Navidad.
Me sumo, me sumo... M.A.
ResponderEliminarAcabada la cena en familia dónde daba gracias a Dios por tenerlos conmigo a todos un año más, fuí a celebrarlo con la otra familia: con los del PS. Y no paré de darle gracias al Niño por ésa gran familia que me ha acogido y arropado con tanto cariño y dónde he aprendido a entregarme a pesar de todas mis pequeñeces y miserias y que me ha enseñado la importancia de continuar la labor de ése Niño en éste mundo
ResponderEliminar