Ayer domingo tome sólo el metro en Alonso Martínez camino de Aluche, iba a la Parroquia de San Gerardo a una celebración sensacional: una ordenación sacerdotal. Un nuevo sacerdote para la Iglesia es siempre un motivo de alegría. En este caso, además, se trataba de la ordenación como presbítero de un religioso y misionero Redentorista, Miguel Castro. Arropado por su familia, sus hermanos de Congregación, la comunidad de San Gerardo y personas llegadas también de diferentes parroquias Redentoristas.
La felicidad que desprendía Miguel parecía reflejarse en los rostros de todos aquellos que le acompañaban. El Cardenal Cañizares, de cuyas manos recibió la Ordenación, estuvo realmente inspirado.
En el presbiterio se manifestaba la expresión viva de la fortaleza de la Iglesia y de la Congregación del Santísimo Redentor: Monseñor Cañizares, multitud de sacerdotes Redentoristas además del Padre Provincial, y unos cuantos jóvenes religiosos que se preparan para, en su día, entrar en el Orden Sacerdotal en el seno de la Congregación fundada por San Alfonso María de Ligorio. Unos jóvenes generosos y entregados al anuncio de la Buena Nueva a los más abandonados: Pablo, Antonio, Carlos, Damián y Víctor. No se trata de una frase hecha ni de algo que se presume, conozco a alguno de ellos, con alguno de ellos he tenido la oportunidad de vivir durante la pasada JMJ alguna experiencia de fe realmente inolvidable llevándome a quererle, y a comprobar de manera individual lo que vivo de manera colectiva. No pude durante la ceremonia dejar de recordarlo, porque tres de esos jóvenes hicieron su profesión religiosa en esa misma parroquia durante la Alfonsiana aquella misma semana, porque esa parroquia nos dio cobijo y cena a los peregrinos que no pudimos entrar en Cuatro Vientos la noche de la vigilia. Resumiendo, aunque no es mi Parroquia, yo estaba en casa, en familia.
La cercanía, la simpatía, la felicidad de Miguel eran un ejemplo andante de lo que irradian los miembros de esta Congregación a diario. Que sus primeras palabras micrófono en mano fueran por algún desmayado durante la ceremonia creo que hablan por sí mismas. Daba la sensación de que no cabía dentro de sí; de hecho, contagiaba.
Imagino el orgullo y la satisfacción de sus padres, de su hermana, como eran expresivos en el propio Padre Provincial y en su familia Redentorista.
Estar allí, compartiendo el gozo de la Iglesia por un joven sacerdote decidido a desgastarse por los más necesitados de auxilios, mostrándose como un cura cercano al pueblo, a la gente, ha sido todo un privilegio.
¡Gracias Miguel!
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