Ayer comenzamos el Año Litúrgico. Adviento, un tiempo de preparación y esperanza para la gran Venida. La celebración en la Eucaristía de las Familias en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid fue entrañable. Esta misa de los domingos se ha convertido en algo diferente a una misa familiar, ha tomado un rumbo claramente dirigido hacia los más pequeños y eso creo que nos ayuda a los mayores a tratar de hacernos como niños, a alcanzar un punto óptimo para ser conscientes de que no hemos de dar nada por sabido respecto a lo aprendido. Escuchar lo que les dicen es escuchar lo que nos dicen, nos acerca a la inocencia que con el paso del tiempo y la madurez quizás hayamos perdido. Verles implicados y entusiasmados es un enorme impulso de esperanza; esperanza en la Venida y esperanza en uno mismo. Esos chiquillos entusiasmados me recuerdan que un día fui así, ergo la luz de la esperanza y la ilusión infantil aún brilla en cada uno de nosotros. Sólo es cuestión de buscarla, de esforzarnos en recuperarla, y hacerlo engrandecida con la madurez de los años y el conocimiento. Ahora que estoy embarcado en la carrera de Teología, me doy cuenta de lo importante que es la profundización en la fe; conseguir combinarlo con la candidez, la ilusión y la esperanza de un niño es casi como la cuadratura del círculo espiritual.
Un tiempo de preparación, meditación, oración y alegría. La Comunidad Redentorista nos ofrece la posibilidad de rezar con ellos Laudes y Vísperas durante este tiempo. Cuando cada mañana, Diurnal en mano, rezo Laudes lo hago con el convencimiento de no estar sólo, de hacerlo acompañado y acompañando a todos los que en cada lugar lo hagan en ese mismo momento. Pero esta mañana, en la Capilla, con parte de la Comunidad Redentorista, ha sido algo simplemente especial. Orar allí con ellos le hace a uno sentirse parte de nuestra Iglesia en una Comunidad para la que no tengo palabras. No es sólo una actitud, una disposición para esta época, verme ante el Señor rezando Laudes con los Redentoristas y el resto de laicos que ahí estábamos, escuchar las primeras palabras del P Olegario….. en fin, el corazón abierto de par en par.
Un tiempo de preparación personal, matrimonial, familiar y comunitaria. Uno no puede vivir la fe sin hacerlo con los demás, porque el convencimiento, le fe y la felicidad te llevan a querer, por encima de todo, experimentar de una forma nueva el siguiente verbo: COMPARTIR.
Ser un padre de niñas pequeñas implica la responsabilidad gozosa de la transmisión de la fe, combinarla con la ilusión infantil pero abstraída del mero consumismo. La grandeza, la alegría no está en las tiendas, está entre pajas en un pesebre. Y está en los demás, en darse y compartir con el que no tiene nada y con el que cree que lo tiene todo también, porque entre ellos los hay inmensamente pobres; tratar de hacerles ver que Dios no espera unas manos llenas de cosas si no llenas de Amor, unas manos limpias por puras pero embarradas por ayudar al otro.
En ese camino estamos, y desde ese camino os deseo a todos el mejor Adviento posible.
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