Hoy, mi día ha comenzado de una manera extraña. Ni
siquiera acierto a definirla. He retomado contacto con un queridísimo amigo a
quien no veo desde el día de mi boda, y el lunes hará ocho años que me casé.
Este amigo es una extraordinaria persona, un auténtico
pedazo de pan y aunque la vida nos llevara por caminos distintos siempre ha
permanecido en mi corazón, porque no dejas de querer a la gente aunque no la
veas. Nuestra conversación se inició de una manera espontánea e intensa a la
vez, y yo le estaba animando a acercarse a los Redentoristas, cuando de repente
me dice que se encuentra en un pueblecito de Castilla y León acompañando a un
pastor que se está muriendo en su casa. Me habla de las maravillas de aquel
hombre, de buena gente en busca de fe, y me pide ayuda; me pide ayuda y consejo
para ese pastor en ese mismo momento, porque no hay tiempo para más. Lo que
hablamos queda entre nosotros. A mi me demostró la fe de mi amigo, me demostró
una vez más que el Señor vuelve a tocarnos de manera inesperada, y de hecho mi
amigo se pasará por mi parroquia en unas semanas donde seguro que encontrará a
un Redentorista que le escuche.
Cuando llevábamos cruzadas unas pocas reflexiones y yo
creía que podía servirle de algo, me sorprendió con el motivo real de esta toma
de contacto. No me dio tiempo ni siquiera a pensar; lo único importante era qué
podía decirle, cómo podía transmitirle algo para el consuelo de aquel pastor en
el momento más crucial de su vida. Torpemente hice lo que pude, pero con el
hilo conductor presente en ese momento de San Alfonso y los pastores de Scala. Todo ha sido muy rápido, y ahí estaba presente en mi
cabeza. Y sin dudas, pero con un enorme miedo en el fondo, tratando de ser simple, claro, sencillo; intentando transmitirle fe, intentando transmitirle la esperanza y la seguridad de la Redención. Miedo a no saber, a
no acertar con las palabras; pero ni había tiempo para avisar a nadie ni para
llamar a nadie. Y por lo que entendí no sólo no tenían tiempo para solicitar la
ayuda de un sacerdote; era una mezcla entre querer y no atreverse.
Les pido a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y a San
Alfonso Mª de Ligorio que reciban el alma de ese hombre para
presentársela al Redentor. Pido por él, por toda la gente en busca de fe, por
todos aquellos que no conocen al Señor, por quienes mueren solos. Y doy gracias
a Dios. Gracias por la fe, aunque no paro de pedirle precisamente fe. Gracias a todos aquellos que nos acompañan y ayudan a mantenernos firmes; gracias a todos aquellos con los que puedo compartir mi fe. Gracias por poder vivir mi fe en comunidad.
Y no dejo de preguntarme por qué después de tanto
tiempo fue conmigo con quien mi amigo quiso ponerse en contacto para esto. Pero
sobre todo no dejo de preguntarme: Señor ¿por qué yo, tan torpe y objetivamente
indigno?
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