Ayer disfruté de una noche estupenda rodeado de buena gente, realmente buena gente. Un grupo de jóvenes universitarios, un amigo de mi grupo de matrimonios y yo. Y todos de PS. Unas copas hasta las tantas, una conversación de lo más enriquecedora y una compañía inmejorable.
Mientras dábamos un intenso repaso al anecdotario personal y la conversación iba fluyendo de manera natural hacia todo tipo de temas, yo, que era el más añejo de la reunión, pensaba que tenía frente a mí a una magnífica representación del futuro. Del futuro de mi país y de mi Iglesia. Y ahora, mientras escribo esto, me tranquiliza pensar que el futuro para mis hijas no está perdido, porque entre ellas y yo hay una generación magnífica.
Gente sana, divertida, sensata, preparada, solidaria, religiosa, comprometida; un grupo de jóvenes que representa lo mejor del género humano tanto de forma individual como colectiva. Uno de tantos grupos de amigos que no meten ruido, que no salen en la prensa escrita ni son noticia en los telediarios porque son simple y llanamente NORMALES. Constituyen una masa enorme de personas que se desarrollan en medio de una sociedad en descomposición, y habrán de arreglárselas para tratar de enderezar el rumbo moral y económico de una España a la deriva. Chicos y chicas cargados de cordura y valores, generadores de lo que por fuerza será un mundo diferente; está en sus manos. Y de nosotros depende no ponérselo aún más difícil de lo que ya lo tienen; de todos depende que vayan mejorando las cosas para que puedan, cuando les llegue el momento, incorporarse al mercado laboral y aporten con su esfuerzo y su ilusión toda la grandeza que llevan dentro.
Me han dejado una sensación de esperanza y orgullo.
Esperanza porque con ellos no todo está perdido; esperanza porque son el ejemplo vivo de que la juventud no es realmente la que se empeñan en presentarnos con insistencia machacona y dramatismo en la televisión. Al menos hay otra juventud.
Orgullo porque todos ellos pertenecen de una u otra forma a mi propia Comunidad Parroquial, porque los conozco y los considero parte de “mi gente”. Orgullo también porque a su cohesión contribuyen de manera fundamental unos misioneros ejemplares, los Redentoristas; una pequeña muestra más de lo bien que hacen las cosas y de la fuerza, el empuje y vitalidad de mi Iglesia.
Por todo ello, hoy durante la Eucaristía en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid, le he dado gracias al Señor.
Chicos, qué grandes sois.