Tras un delicioso fin de semana en familia, por fin llega la rutina; con sus pros y sus contras, pero bendita rutina.
El fin de semana ha sido un discreto remanso de agradables conversaciones y largos silencios. Los silencios se pueden también convertir en profunda comunicación cuando lo que reina es la confianza y la paz. Un sensación de armonía casi extraña porque para mí ha sido plena: lo mejor de mi vida se ha juntado durante tres días. Un regalo de Dios, y un regalo que me ha hecho María sabiendo lo importante que era para mí; mi mujer, mis hijas, mis padres y mi queridísimo Alquimista. Independientemente del aldabonazo en la boca del estómago de alguna noticia inesperada, ha sido simplemente perfecto. Cuando has abierto de par en par las puertas de tu corazón a alguien, abrir las de tu casa no es sólo un símbolo, es ofrecer la realidad del abrazo de los tuyos, tu intimidad y la realidad y confianza totales, porque eso solamente se hace para acoger como tal a otro miembro más de tu familia. Aceptarlo es también algo más que sólo un gesto, porque supone dejarse abrazar con la calidez y la crudeza del alma de una familia para formar en algún sentido parte de ella.
Pero es que además ha supuesto algo así como la cuadratura del círculo de la armonía, porque me he dado cuenta de que lo que a mí me estaba haciendo inmensamente feliz también se lo hacía a María, y en esa armonía he podido ver que el Alquimista es casi tan importante para ella como para mí.
Un fin de semana magnífico, sincero, abierto y sin dobleces que ha supuesto beber los últimos momentos de playa a sorbos de felicidad y compartir los últimos ratos de estío para embocar la rutina del curso que comienza hoy.
Cierro los ojos, pienso en estos días, y lo que veo es una preciosa y espontánea Oración; una tranquila, gozosa, esperanzadora y enormemente feliz Scalada.
Es lo que tiene la espiritualidad, la familia, el Norte y y un buen Alquimista cerca... qué más se puede pedir...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo