Con filial devoción se asumen decisiones que nos afectan y sobre las que ni tenemos opción de opinión ni margen alguno de maniobra, en principio. En ocasiones esas decisiones y/o normas impuestas (o sugeridas) por terceros pueden ir en contra de nuestros deseos personales inmediatos, de nuestros planes más firmemente asentados, de nuestras convicciones más aparentemente seguras. Las creamos o no equivocadas, las creamos o no injustas –no sólo en lo que nos afecta personalmente si no en la generalidad de la norma que manifiesta la frialdad de la tabla rasa obviando la individualidad, el crecimiento espiritual a ritmo diferente en cada individuo- vemos aflorar el encasillamiento en horquillas de edad, acallando de manera inmisericorde la realidad íntima de cada persona. Esas decisiones pueden incluso privar y/o retrasar el acceso a los sacramentos hasta unas edades objetivamente tardías (10 años de edad en la sociedad actual son todo un mundo) en lo que imagino se suponga un intento de homogeneizar niveles de madurez dispares, arrinconando así siempre a una importante cantidad de posibles catecúmenos.
¿Cómo aceptarlas? Si se aceptan tales decisiones ha de hacerse con agrado; con un agrado consciente y sincero independientemente de la opinión personal. Si no se es capaz de hacerlo así, sólo se generará frustración y amargura, por lo que sería sin duda mejor no aceptarlas.
¿Por qué aceptarlas? Para mí la respuesta es clara: por algo infinitamente superior a uno mismo, ajeno a las personas y los afectos. Y ese algo superior a uno mismo nos lleva al convencimiento firme y seguro de que la aceptación es la mejor opción porque asegura todo aquello en lo que crees, todo aquello que vives y quieres que vivan tus hijos en el mejor entorno, de la mejor manera y en la espiritualidad que deseas experimentar y transmitir. Es claro que los afectos y las personas influyen, pero no deciden. Es uno mismo quien lo hace, y lo hace libremente. Por esto mismo vuelvo al principio para concluir que definitivamente tenemos un margen de maniobra total: aceptar o no.
Y desde luego yo sí lo hago, por filial devoción y como mejor opción; libremente y de manera gozosa, porque aunque suponga que mi hija mayor empezará un año más tarde su preparación para la Primera Comunión lo hará en el mejor entorno, con la mejor gente y en Familia.
Sencillamente, ¡¡ eres genial !!!
ResponderEliminarBendiciones para tí, junto a tu familia.
ATT: Sofía