Ayer asistí a un funeral; realmente era una misa de acción de gracias por la vida de una persona, la del Padre José María Montes, misionero redentorista.
Yo no le conocía, así que mi intención real era simplemente rezar por el descanso de su alma y hacerme presente entre sus hermanos de Congregación, a quienes tanto quiero; no como una expresión bonita o una frase hecha. Simple y llanamente, de verdad, con lo muchísimo bueno y lo poquísimo malo. Falleció el 13 de agosto en Costa de Marfil y me lo comunicaron por una llamada al móvil cuando yo estaba en el Departamento de Acreditación de Sacerdotes en la sede de la JMJ. Curiosamente su muerte me supuso retomar el contacto con una antiguo amigo para tratar de colaborar (con su ayuda y la de su padre, ambos diplomáticos) en lo que pudiera; la realidad práctica es que no pudimos, y el padre de mi amigo y el P Montes ya se habrán conocido. También lo intenté a través de mis queridos Escolapios, y tampoco pudo ser.
No quiero desviarme. Decía que mi intención inicial era la de rezar por él, y la realidad es que acabé también pidiendo. Durante la Eucaristía nos presentaron a una figura generosa hasta el extremo y, además, alegre; enamorado de Cristo y de Su Madre. En definitiva estaba claro: un Redentorista. Por quienes yo estaba ahí. Un simple gesto de presencia hacia gente querida, y que lo cierto es que expresa que una Comunidad Parroquial como la del Perpetuo Socorro de Madrid transciende a una mera Comunidad Parroquial circunscrita a sí misma; se expande hacia cualquier lugar donde haya un misionero de esta Congregación. Y ¿por qué? pues por algo bien sencillo, por que más allá de su extraordinaria labor pastoral en todos los ámbitos el Carisma de quienes la dirigen transciende cualquier espacio geográfico, y la pasión por él, el auto reconocimiento en él, te lleva no simplemente a querer ser identificado sino a sentir como propios gozos y dolores. Y te empuja a querer hacer de tu vida una fuerza centrífuga de fe de la mano de San Alfonso.
Decía que acabé pidiendo. Así fue; por todos los jóvenes que dudan si lanzarse o no a los brazos de esta Familia, para que se atrevan a intentarlo. Para que aumenten sus vocaciones.
De modo que efectivamente, para mi, la Eucaristía de ayer y lo que transmitieron de la vida del Padre Montes fueron una explosión de fe convertida en una plena acción de gracias: por él mismo, por San Alfonso, por los Redentoristas y porque yo estaba allí.
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