Con la resaca del verano y la vuelta a casa comienza la rutina ¡tan deseada a veces! Incorporación al trabajo y unos días más para que podamos ir readaptando el horario de las niñas a la realidad del curso que comenzarán en breve. A veces tengo la sensación de que crecen demasiado rápido, de que aceleramos artificialmente su proceso natural de maduración, pero así son la sociedad y el mundo en el que habrán de desenvolverse, rápidos y cambiantes, y para ese entorno hemos de preparar a nuestros hijos. Y tenemos que estar preparados nosotros. No basta con vivir el día a día lo mejor que sepamos, porque el día de mañana te puede fagocitar hoy mismo.
Más que como parte de ese ciclo formativo, como base fundamental para su vida, tenemos que pensar en su preparación para la Primera Comunión: dónde, cómo y con quién queremos que nuestros hijos se embarquen en esa aventura maravillosa. Puede que acudan a un centro educativo religioso en el que ofrezcan además esta posibilidad, y así nos "quitamos un problema de encima"; tema resuelto, sin complicaciones y bien cómodo. Ya está, en dos o tres años, comulgarán, una fiesta estupenda, un traje monísimo y se acabó. Seguro que memorizarán una serie de normas, reglas y mandamientos a la perfección y serán capaces -como la gente de mi generación- de responder a cualquier pregunta del catecismo de turno, lo cual no está nada mal; incluso constituye un hecho loable. Pero eso ¿qué es? Porque la fe no se memoriza ni se aprende, se vive, y es nuestra obligación como Cristianos transmitir la fe a nuestros hijos viviéndola, tratar al menos de hacerlo lo mejor que podamos. Somos una cadena desde los Primeros Cristianos de constante transmisión de la fe, del Evangelio y en cada época, situación y sociedad se ha hecho de una manera diferente según los tiempos, pero siempre en el seno de la familia y con las madres - en líneas generales, que siempre hay excepciones- como motores fundamentales. Desde luego ese ha sido mi caso, formado en mis queridos Padres Escolapios y con una amplia educación en los dogmas, las normas, la Historia Sagrada....... y el aliento constante de una madre ejemplar de cuya mano, sin palabras, sin imposiciones aprendí a vivir en el seno de una familia normal. Pero de esto hace ya un montón de años, y si bien quizás no sean tantos la evolución y globalización han cambiado radicalmente la sociedad, tanto como la inmediatez de la información nos ofrece una visión nítida global que nos lleva a la consciencia de los problemas, a la consciencia de las estructuras que los generan y/o mantienen. Un mundo diferente, sí, y del que no te puedes evadir. Pero esta realidad concreta es una oportunidad extraordinaria de vivir conforme al Evangelio, y hacerlo de verdad. Si a esto le unimos una experiencia íntima, real y personal con Cristo, que nos lleva a ni querer ni poder callar, a transformar sin complejos tu vida, una suerte de Kerigma, ya vamos teniendo claro, que ese trámite formativo para la Primera Comunión de nuestros hijos de poco nos va a servir. De poco servirá porque si como esposos nuestra primera misión es Cristo en el otro, en tu mujer o en tu marido, como padres nuestra misión primordial son los hijos. Lo son desde su concepción, en que nosotros nos convertimos en meros transmisores de la vida. Desde ese momento, la misión de los padres es hacer conscientes por la experiencia a sus hijos de la vida como misión, a partir de una convicción y vivencia personales. Todos, TODOS, estamos llamados a la santidad y si bien "un gran deseo de ser santo es el primer peldaño para llegar a serlo" a ese deseo "se ha de unir una firme resolución", como diría San Alfonso.
La fe hoy no se limita, no puede limitarse a una experiencia individual, porque si esa experiencia individual te lleva de verdad a conocer a Cristo no puedes sino vivirla en comunidad; en tu casa, en tu trabajo, en tu entorno, en el colegio, con los amigos, tanto en persona como a través de las redes sociales. Esa vivencia si es real ha de llevarte a una necesidad física de expresarla y vivirla sencillamente de acuerdo al Evangelio. Y en actitud de servicio y entrega al modo de la oración de Agustín de Hipona: Da quod iubes et iube quod vis. Y todo ello como expresión de una inmensa felicidad.
Por esa necesidad gozosa de crecer en la fe asentado en la fe de los demás, mi hija mayor, Toya comenzará este año la preparación a la Primera Comunión en la Comunidad del Perpetuo Socorro de Madrid -pero podría ser en cualquier otra comunidad de la Familia Redentorista del mundo-. Es en esta Familia donde quiero que mis hijas vayan scalando el monte de sus Vidas en el camino de la fe y el Evangelio; en esta espiritualidad. La naturalidad expresa la alegría del mensaje con una normalidad tan real que no caben sobresaturaciones cuando la vida misma es expresión del Evangelio al caminar, al scalar hacia Él. La pluralidad de la Iglesia Católica es tan extraordinaria que nos ofrece el abanico de diferentes carismas donde concretar ese caminar. En ocasiones da la sensación de que la experiencia en el seno de alguno de ellos lleva a la confrontación con otros, casi como si fueran enemigos a vencer, autoelevándose en adalides de la verdad absoluta; actitudes que parecen obviar que forman parte de la misma Iglesia, y que por eso mismo son todos igual de válidos. Sin embargo la naturalidad, la sencillez, la bondad y la alegría de esta Congregación te impulsan a vivir de una manera especial, quizás diferente, puede que radical, la vida. Por y hacia la Vida. Una visión evangélica que encuadra el camino de cada persona como misión; sin golpes de pecho, con una alegría infinita y con una tremenda naturalidad. Entre el cielo y la tierra; formando una Comunidad viva, integrada con los laicos enamorados de su carisma y por lo tanto entregados "desde el mundo" a la misma causa. Comunidad de niños, jóvenes y mayores cada vez más numerosa. Sacerdotes y Religiosos realmente enamorados de Cristo. Tratando de traer el Cielo a la Tierra.
En esta Familia es donde quiero que mis hijas vayan aprendiendo a vivir lo iniciado en el seno de la propia. Que como extensión de sus padres o abuelos, como una prolongación más vayan creciendo en la familia Redentorista con la naturalidad de una alegría contagiosa. Sin un ápice de miedo, al contrario, adquiriendo en el día a día una confianza desmedida, porque "no se puede honrar de mejor manera a Dios, nuestro padre, que a través de una confianza sin límites" (sí, de San Alfonso).
Otras posibilidades pueden ser -y de hecho lo son- válidas, porque al menos te dan la oportunidad de adquirir el conocimiento de las bases, pero a mí no me bastan. Ya no. Y menos en el cambiante mundo actual; esa Primera Comunión a la que ha de tender la preparación dure lo que dure, es la primera. Un paso de gigante en la scalada de la Vida. Pero porque no puede quedarse simplemente en un paso, animo desde aquí a que los padres le den una vuelta en su cabeza a la realidad y les ofrezcan a sus hijos no una oportunidad, más bien la mejor opción, y se la regalen igualmente a ellos mismos. Puede darse el camino inverso, y a través de la Catequesis de sus hijos el Espíritu les despierte, que nunca se sabe dónde ni cuándo sopla. Si así sucede, les va a despeinar, seguro. Ánimo
¡¡Importantísimo!!
ResponderEliminarGracias por la reflexión :)