Ya es 31 de diciembre, el último día del que ha sido un año extraordinario para mí. Alguien me ha preguntado qué le pedía al 2012. Francamente yo al Año Nuevo no le pido nada de nada; pedir, lo que se dice pedir, lo hago al Señor directamente o mediante la intercesión de los Santos y de su Madre. Soy así de raro, pero creo a pies juntillas en la oración que recitamos los domingos en misa, en mi profesión de fe, y por lo tanto en la comunión de los Santos. Esperar tampoco espero nada. Me dejo sorprender por Sus planes.
2011 me ha hecho crecer como nunca lo hubiera pensado, he sentido de nuevo la presencia de mi Amigo en mi vida de una forma casi física.
Como casi física es la presencia de unas cuantas personas: ya lo estaba antes, pero un innombrable que hincó su piolet en mi corazón hace tiempo se ha pegado a él como una lapa, y vaya adonde vaya ahí seguirá para siempre (de lo que he sido radicalmente consciente gracias a una inocentada); como lo ha hecho especialmente un “Grande de España de los de verdad”, y también un individuo “superior”, un cantaor, dos párrocos que se salen, una chica que canta, otra de La Cavada, uno de Don Benito, un ciclista extremeño, alguien al que llaman “marqués”, otro Blue, una chica que llena la vida de colores como sabores, un estudiante de medicina granaíno, un buenazo de Bilbao, otro enganchado a un “biberón”, una mujer Bárbara y su hijo, otra tan adorable como su nombre, un señor permanentemente asentado en una editorial, todo un pedazo de Pan de Granada afincado en Valencia, un abogado del Estado y su mujer, un grupo de personas con las que me reúno cada quince días en las escuelas, otra que sabiamente escribió que el destino determina quién entra en tu vida pero que es uno el que decide quién se queda, una O pequeñita, dos jovencitas que peinan canas, una chilena, los hijos de un señor de Nápoles que han acampado para siempre; y a través del ordenador un padrecito desde Nicaragua, otro desde Irlanda y ambelsen.
¿Quién habría sido capaz de esperar tanto? ¿Quién habría esperado poder mirar a los ojos a un Pedro anciano? ¿Quién se hubiera imaginado la felicidad de estar con su familia en otra Familia autoasignada como propia?
Ver crecer (con María) felices a mis hijas, continuar disfrutando de mis padres, mis hermanos, mis sobrinos. El puñado de mis impagables amigos.
¿Qué voy a pedir? Lo que hago es pensar qué puedo hacer yo durante el año que empieza. No puedo pedir ni hacer planes porque, sean cuales sean, los que hayan de venir serán los míos. Deseo lo que el Señor me tenga preparado aunque no lo conozca.
Esta noche, ante el televisor, en el cuarto de estar de la casa de mis padres, cuando vayan a dar las campanadas, no solamente estaremos los doce que cenemos juntos porque conmigo estaréis todos aquellos a los que he nombrado y alguno que puede que me deje (no sé cómo vamos a entrar). Y Dios con todos nosotros.